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El Estado de las Autonomías como experiencia sanitaria, o no

Voy a contarles lo sucedido a un amigo muy cercano (en adelante, Z) que ha tenido la mala suerte –o buena, según se mire- de verse envuelto en un enredo de salud fuera de su comunidad autonómica de residencia (en adelante, CAR). Ha sido una rara experiencia maestra de la vida, una de esas que brotan de lo íntimamente personal para florecer en lo político, es decir, en lo que importa a todos. Z llevaba tiempo arrastrando una rodilla a causa del paso irrefrenable de los años, pues la naturaleza no nos hizo perfectos y la cultura malos, como creen los pazguatos y los epígonos de Juan Jacobo (Rousseau). Tenía Z dos problemas adicionales que agravaban su estado, a saber: su fobia a la consulta de médicos y hospitales, y una existencia nómada entre su CAR y la villa y corte de Madrid con otras excursiones frecuentes por la hermosa piel de toro. Ambas manías alimentaban su desidia, dejando siempre para mañana el examen médico de su lesión. Pero con el tiempo, es lo que tiene, ésta comenzó a resultar francamente incompatible con el transporte peatonal que tanto recomiendan los benditos ediles de movilidad urbana.

Las amigas y amigos de Z, sobre todo ellas, comenzaron el asedio para que acudiera de una vez a un médico. Para anular sus protestas una amiga muy principal (en adelante R) le consiguió un enchufe para saltarse algunos trámites hasta la consulta de un especialista de un importante hospital de su CAR. Allí le hicieron un buen diagnóstico pero, por deficiencias del sistema, las pruebas adicionales requeridas no llegaron a celebrarse. Perseverante, R insistió y le persiguió hasta que se avino a acudir a la consulta de otro especialista recomendado más a mano, en un afamado hospital de Madrid. Por razones que, como en las buenas tramas de intriga, se averiguarán al final, para celebrarse esta consulta médica exigía una pequeña licencia administrativa: celebrarla en urgencias, en vez de por la vía convencional. Allí fue Z renqueando, solícitamente acompañado por R, quizás temerosa de que se diera a la fuga al mínimo tropiezo.

El trato fue cordial y estupendo, la consulta exitosa y el diagnóstico inequívoco: una vulgar ruptura degenerativa de menisco en una rodilla con artrosis. Podía arreglarse con una artroscopia y la rehabilitación adecuada, aunque la articulación acabara fallando con el tiempo. Pero, entre tanto, cabía ese alivio que permitiría a Z caminar unos cuantos años decentemente. Se cerró, pues, el compromiso de que Z pasara por quirófano, ingresando por urgencias. Otra amiga estupenda, B, le acompañó -¿se fiaba alguien de este tipo?- en el recorrido preoperatorio de analíticas y entrevistas, y quedó fijada la fecha para el evento, que inquietaba no poco a Z pese a su demostrada resistencia a otras situaciones de amenaza y violencia, pero es que somos así de complicados y hay quien no teme a nadar entre tiburones mientras le aterra una araña.

Llegó el día de autos y Z acudió a la cita férreamente marcado por su amigo P, que ya se había confabulado con R y otros para frustrar cualquier maniobra evasiva de Z y acompañarle en el trago. Acudió otra inestimable amiga, A, gran auxilio por su conocimiento profesional de los ritos y mitos hospitalarios. Z fue llevado a planta para ser estabulado como paciente del sistema público sanitario, que era lo que más temía pero venía compensado por la perspectiva de una operación rápida y poco agresiva que podía permitir el alta a las doce horas, dejando el trance en poca cosa.

Tras el breve papeleo, vino el ritual iniciático hospitalario por excelencia: la investidura en una ridícula batita de apertura dorsal, rematada por un lacito para mejor resaltar el culo del interno, a libre disposición de la autoridad sanitaria como una impúdica sinécdoque de la totalidad del paciente. Pese a que en el preoperatorio no surgió nada raro, en la rutinaria medición de la tensión arterial la enfermera, estupenda, notó una tensión arterial desaforada. Como esto no es extraño, pues pocos aman la perspectiva de que les pinchen, intuben y enreden en su cuerpo, se dio a Z una pastillita para bajar la tensión. Pero fuera por una cosa o por otra –sus malos hábitos sociales asociados a la vida nómada, una hipertensión ignorada hasta entonces, el estrés constante desde hacía muchos años y todo eso-, la tensión se negaba a bajar hasta los niveles considerados decentes, y el equipo médico decidió suspender la operación por considerarla peligrosa.

A esas alturas, Z disfrutaba de la compañía impagable de R, P, A, J y otros amigos sinceramente preocupados por su integridad y dispuestos a perder su tiempo para que él no perdiera el suyo del todo. Con la noticia de la suspensión de la operación, Z se apresuró a recuperar su vestidura civil y el tramo de dignidad que le va vinculado. Esperó con su buena compañía, entre confiado y decepcionado, a que el traumatólogo subiera a explicar el trauma de la suspensión, que se unía al articulatorio. Sugirió el cirujano en presencia de la casi asamblea que Z se quedara en el hospital un par de días para hacerle unas cuantas pruebas urgentes que llevaran al origen de su tensión rebelde y desbocada. Lo mismo podía haber sugerido un par de semanas en trabajos forzados, porque Z rehusó igual. Pero, ¡ay!, no contaba Z con la perseverancia amante de sus amigos; uno tras otro se empeñaron en que estaba loco por rechazar la oportunidad, sobre todo cuando el cirujano, como quien no quiera la cosa, habló de riesgo de infarto inminente. Incluso la enfermera y un policía que estaba por allí le reprocharon con suavidad tanta ciega obstinación.

Así que Z cedió, a ver si no, y esperó con resignada expectación el amanecer del Día de las Pruebas que determinarían su futuro cual ucase del destino. Por fortuna, los vecinos de habitación eran una santa familia, pero acabó perdiendo la prolongada pelea con el amabilísimo personal para que le trataran como a un ciudadano autónomo con derechos y le dejaran en paz con el “métase en la cama, que es mucho mejor, puede estar sentado, ¿ve?: así funciona el mando”; “tómese el zumito, está fresquito y le gustará”; “pero póngase el pijamita, que sólo es para que sepamos que es un paciente” (es verdad que Z no brilla por su paciencia); “pero cómo, ¿no le ha gustado el pescadito a la plancha? Hay que comerse toda la cenita para estar bien mañana cuando venga el doctor”, y otras admoniciones estupefacientes que probablemente idiotizan a muchos internos y deber ser usadas con ese deliberado objetivo. Su sugerencia de salir a tomar algo por ahí hasta el toque de queda, ya que Z se encontraba estupendamente, fue recibida con una negativa tajante: “¡Ni hablar! ¡Nosotros somos responsables de cualquier cosa que pueda pasarle por ahí, así que así se queda! Ala, póngase el pijama de una vez y lea o vea la tele”. Z se sorprendió de esta abolición de facto de sus libertades constitucionales tras haber sido conminado a firmar varios papeles eximiendo al Hospital y a su personal de cualquier accidente, robo, incidente, asalto, desgracia o calamidad que pudiera acaecerle en el recinto sanitario, lo que le recordó que vivía –quizás por poco tiempo, de creer la opinión médica más pesimista- en la España de Zapatero.

Pasó la noche con varias tomas de tensión y algún calmante que consiguieron que esta pesada bajara algo, abonando la teoría de Z (aficionado a teorizar sobre toda clase de cosas, especialmente las que ignora) de que el subidón era consecuencia incontrolable de su fobia a los hospitales. Finalmente Z durmió tan ricamente, despertó temprano y esperó lo que tuviera que pasar con la disposición de la oveja ante el altar de los sacrificios, no sin antes ducharse en un baño limpio pero tenebroso y espartano, quizás pensado, como las sombras torturadas del Purgatorio de Dante, para obligar a los pacientes a meditar sobre el precio de sus pecados contra la salud. El desenlace fue muy diferente del previsto. Dos residentes simpáticos y atentos comunicaron a Z que no parecía que lo suyo fuera para tanto, que la explosión inminente de su sistema cardiovascular podía reducirse a una crisis de hipertensión por ansiedad, y que lo mejor era pedir una consulta en cardiología para, tras nuevos análisis, recibir el tratamiento adecuado y preparar todo como era debido para la artroscopia, demorada hacia septiembre. Y que tenía el alta y podía irse tranquilamente a recuperar la integridad de su menoscabada ciudadanía del Reino de España. Pero ésta, ¡ay!, era una ilusión.

Acompañado de A, su ángel de la guarda, Z fue al mostrador del servicio de cardiología. Hallado –no sin errores-, entregaron el informe de alta con la petición de consulta. Todo fue bien hasta llegar a la tarjeta sanitaria: ¡no era de la sanidad de Madrid, sino de la CAR! ¡Imposible! ¡Las consultas externas sólo son para residentes con papeles de Madrid, no de otras CCAA! Aunque cabe la alternativa de solicitar un certificado de residencia o de trasladar en empadronamiento, o quizás –antes, ya no- de llegar en patera. Otra alternativa es acudir a urgencias de cardiología en un estado comatoso, pues a nadie se le piden papeles en los servicios de urgencias. Una opción arriesgada, en todo caso.

De seguir así, nacerá un mercado negro de cadáveres y enfermos entre las CCAA. No es centralismo, pues lo que pasa en Madrid ocurre en todas las demás CCAA. También podrían promoverse intercambios de enfermos desterrados en las fronteras intercomunitarias, al estilo de los intercambios de espías en el Berlín de la guerra fría, con titulares como “Madrid intercambia dos tuberculosos manchegos, una gallega con neumonía y un infartado valenciano por cuatro madrileños con erisipela”, o “Canarias devuelve a Cantabria veinte jubilados artríticos que no declararon su estado antes de disfrutar del clima canario”. Es una idea.

NB: Z me encarga comunicar a R, B, A, P, J y demás miembros de su nutrida familia política  -la familia del nómada, también- su absoluta gratitud por su impagable cariño, cuidado y atenciones durante toda esta aventurilla de lo privado a lo público pasando por una rodilla. Y su agradecimiento a los muchos más que han llamado o enviado sms de ánimo y afecto.

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4 comentarios a “El Estado de las Autonomías como experiencia sanitaria, o no”

  1. Marian dice:

    Cuando comunicamos en el ambulatorio de Madrid que nos mudábamos a Málaga, las enfermeras se miraron alarmadas. Una le dijo a la otra, -mira las vacunas que les quedan a los niños para ajustarlas al máximo y que se puedan ir vacunados. Yo pensé que no me habían entendido y que creían que me iba a algún país del Tercer Mundo, pero no. Es que en Andalucía no entraban en calendario algunas vacunas que en Madrid si. Al llegar a Málaga, ajustamos con la enfermera del ambulatorio las vacunas que ya tienen puestas, ya que no coinciden tampoco las edades a las que se ponen. Para colmo, al no estar centralizada la información, parece, viendo el expediente de los niños en Andalucía, que no se les ha vacunado, por lo que la enfermera nos dijo que era importante que un día cogiésemos cita para dicha actualización del historial. Cuando lo hicimos, otro enfermero nos dijo que no tenía tiempo de eso y que el hablaría con la enfermera que nos lo dijo. El año pasado nos pidieron en el colegio que acreditásemos las vacunas de los niños, no hicimos caso, claro, ya que sólo tenemos la cartilla de vacunación de Madrid, y estamos hasta el gorro de dar paseos inútiles, pero estamos esperando que cualquier día nos llegue una carta por dejación de nuestras funciones como padres por no vacunar a los niños. En fin, de locos!!

  2. alcotarelo dice:

    Yo he tenido dos experiencias con todo esto de las tarjetas sanitarias, que aunque son muchísimo más corrientes (seguro que muchos las han sufrido) también son dignas de análisis:

    La primera experiencia la he vivido repetidas veces cada vez que he ido de viaje a un país (o varios) de la UE. Al acudir a las oficinas de la seguridad social para pedir la tarjeta sanitaria europea me han preguntado siempre las fechas del viaje y el motivo. Resulta difícil de entender por qué esa tarjeta sanitaria tiene una caducidad limitada. Pero sobre todo lo que me parece improcedente y un auténtico atreopello es tener que justificar el motivo del viaje. En teoría existe libertad de movimientos de personas por la UE. ¿Entonces por qué la Seguridad Social no me permite irme simplemente porque me da la gana y hasta que me de la gana?.

    La segunda sorpresa me la llevé a los pocos días de nacer mi hija. Estaba empleando una parte muy sustancial de mi exigua baja paternal en acudir de ventanilla en ventanilla. Tras haber conseguido, no sin lucha, el libro de familia en el registro civil, me dirigí a las oficinas de las Seguridad Social para inscribirla en mi cartilla, como paso previo y necesario para obtener la tarjeta sanitaria.

    La cartilla en cuestión es un pequeño papelito rellenado a mano y sin plastificar, y con un sello minúsculo de la oficina de la Seguridad Social.

    Tras inscribir a mi hija en la cartilla, la funcionaria me informó muy amablemente de que la tarjeta sanitaria de la CAR (en este caso la Comunidad de Madrid) no tiene validez en el resto de España. Y que por tanto siempre que la niña estuviera fuera de Madrid, para evitar problemas debía llevar la cartilla.

    Todavía estoy alucinando. No es sólo que no entiendo cuál es el impedimento para que todas las tarjetas europeas tengan un formato único y común válido en toda Europa (a lo mejor tiene algo que ver el refrito asqueroso de Constitución Europea que nos hizo Giscard con el apoyo entusista de ZP, y que no nos reconoce apenas derechos a los ciudadanos). Es que al parecer una tarjeta sanitaria de la autonomía A no vale en la B.

  3. alcotarelo dice:

    Las visitas al Registro Civil merecen otro comentario propio. Nuestras terribles circunstancias fueron las siguientes:

    1. Elegimos una clínica de Madrid capital para que naciera nuestra hija.

    2. Mi mujer y yo no estábamos todavía casados cuando nació nuestra hija.

    3. Mi mujer y yo vivimos en Boadilla del Monte. Mi mujer desde los 15 años, y yo desde antes del nacimiento de mi hija, aunque me empadroné cuando mi mujer estaba ya embarazada.

    4. El entonces alcalde de Boadilla (Aruro Glez. Panero, hoy imputado en la trama Gürtel) había prometido una ayuda de 2500€ para todos los niños nacidos en Boadilla. Así que teníamos mucho interés en inscribir a nuestra hija como nacida en Boadilla.

    Como no estábamos casados, tuvimos que ir los dos con el bebé al registro civil. Fuimos a la oficina del Registro Civil del Ayuntamiento de Boadilla, que resulta que depende realmente del Registro Civil de Móstoles o de Getafe. Nos atendió una funcionaria en el pasillo. De muy malos modos y sin dejarnos pasar a su despacho se negó a inscribir a la niña, ya que según ella si había nacido en Madrid sólo podíamos inscribirla allí.

    Así que nos fuimos, nuevamente los dos con un pequeño bebé lactante de unos días de edad, al registro civil de Madrid en la calle Pradillo. Tras esperar un rato, nos atendió una chica muy amable que nos informó de al residir ambos en Boadilla sí que teníamos derecho a inscribirla como nacida allí, pero que para eso teníamos que inscribirla en el otro registro.

    Volvimos otra vez los dos con el bebé al registro de Boadilla. Pero esta vez, en vista del panorama, me hice acompañar por un abogado de la familia.

    Nos atendió la misma individua otra vez en el pasillo. Nos dijo lo mismo. Y cuando intentamos explcarnos, sin escucharnos y de muy malos modos nos mandó a otro despacho.

    En este otro despacho nos atendió una chica algo más amable. Se negó a inscribirla por el mismo motivo:

    – ¿Por qué? -preguntó mi mi familiar que es abogado.

    – Porque la Ley del Registro Civil dice que para inscribirla ambos progenitores deben residir en el mismo ayuntamiento desde al menos 9 meses antes del nacimiento.

    – La ley no dice eso. Por favor, ¿me puedes decir qué artículo?

    – Pues es que no lo sé de memoria.

    – Pero podrás buscarlo.

    – Es que no tengo ningún ejemplar de esa ley aquí.

    Es decir que en el registro civil ni conocían ni tenían ningún ejemplar de la Ley del Registro Civil. Llegados a este punto, y hartos de recorrernos Madrid y Boadilla con un recién nacido de pocos días nos pusimos bordes y les amenazamos con denunciarles.

    Entonces la chica hizo una llamada al registro civil del que dependía. Y nos comunicó que en nuestro caso habían decidido hacer una excepción y nos iban a permitir inscribirla. Una excepción porque lo decía en la Ley del Registro Civil ¿no?.

    El pequeño problema era que iban a tardar 15 días en darnos el libro de familia. El libro de familia hace falta entre otras cosas para hacer la inscripción en la cartilla sanitaria de la Seguridad Social, que a su vez hace falta para que el recién nacido pueda recibir asistencia sanitaria (para empezar la prueba del talón que creo recordar que se hace a la semana de nacer).

    Así que al día siguiente volvimos los dos con el bebé al registro de Madrid. Donde nos atendió la misma chica, esta vez sin esperar turno. Y nos dio en el momento el libro de familia.

    La oficina del registro de Pozuelo, que creo que también depende del de Getafe, se han negado a inscribir a mi sobrino porque aunque ambos padres viven en el mismo ayuntamiento, estaban empadronados en diferentes domicilios.

    Realmente todo esto no está en ninguna Ley ni en nigún regalemento. Se trata de instrucciones arbitrarias del juez del registro civil del de que dependen. Creo que es el mismo juez de Getafe tristemente famoso por someter a los inmigrantes que piden la nacionalidad a un examen de historia que muy pocos españoles aprobarían.

    En cuanto a las ayudas prometidas a la natalidad del ayuntamiento de Boadilla, las bases se publicaron posteriormente con efectos retroactivos. Resultó que no dependieron de donde figurara el bebé como nacido. Pero incluían la condición (nunca antes citada por Panero) de que ambos progenitores residieran en el ayuntamiento al menos desde 9 meses antes del nacimiento. Así que la habríamos perdido igualmente.

    ———————
    http://www.eldigitaldemadrid.es/articulo/general/4227/un-juez-de-getafe-examina-en-historia-a-los-que-piden-la-nacionalidad-espanola

  4. jjms dice:

    En Cataluña (A veces pongo Cataluñya para que no se ofendan las sensibilidades lingüísticas más puristas) se ha implantado recientemente un sistema de gestión de recetas crónicas (de prescripción superior al año), por el cual los pacientes acuden directamente a la farmacia con un volante de validez anual con el que se les dispensan los medicamentos.

    Hasta ahí, todo muy cómodo, muy moderno y muy «sostenible»: se evitan visitas innecesarias a los centros sanitarios cada mes para solicitar la medicación mensual, se evita la sobrecarga de las consultas médicas para meros trámites administrativos, se evita la generación de recetas de papel con su consiguiente gestión manual posterior, se simplifica, agiliza y facilita en general todo el trámite, muy bien, pero…

    El problema viene cuando el paciente se desplaza fuera de esta CCAA. Ya que no se pueden adelantar recetas antes de las fechas límite de los intervalos mensuales, ni se pueden compensar una vez vencidos los plazos de retirada.

    Y obvio señalar que fuera de esta CCAA el sistema no funciona.

    Veremos cómo se resuelven los problemas que este nuevo sistema generará en este período vacacional.

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