Bertrand Russell
Últimamente dedico más tiempo a Twitter que a los blogs, entre otras cosas porque la regla de 140 caracteres máximos por mensaje de esa red social me parece admirable en comparación con, por ejemplo, la verborrea imparable que nos anega desde las generosas fuentes de las tertulias de radio y televisión o las páginas de opinión de los periódicos; éstas últimas eran antaño cita obligada para quien quería estar al tanto de la evolución de las ideas, pero con menguantes excepciones hoy son más bien el triste teatro de su creciente embalsamamiento. Puestos pues a perder el tiempo yo prefiero hacerlo recorriendo esos mini mensajes que, por lo menos, tienen la enorme virtud de su obligada brevedad, que permiten evaluar su interés –y el de su autor- de un vistazo.
En Twitter, nuevo patio de vecindario de la era telemática, los vecinos amigables te preguntan sobre cualquier cosa. Una pregunta reciente que me llegó era qué estaba leyendo esos días: la Autobiografía de Bertrand Russell, contesté. Y reparé en lo que hubiera disfrutado el viejo lord, uno de los personajes más fascinantes del siglo XX, si hubiera dispuesto de las ventajas que ofrece un medio como internet y sus redes sociales. No sé si hubiera sido partidario de la Ley Sinde, ya que durante buena parte de su larga vida dependió para mantenerse del cobro de sus conferencias y de los derechos de autor de sus libros divulgativos y ensayos sobre toda clase de temas; acaso hubiera temido las descargas sin control ni pago alguno, pero sin duda alguien como él –filósofo y matemático, hombre contemplativo y de acción, ciudadano crítico y activista comprometido- habría disfrutado inmensamente, y explotado con inteligencia, las posibilidades que internet ofrece para la información, la comunicación y el activismo cívico.
Uno de los consuelos que ofrece la lectura de su copiosa autobiografía –Russell vivió 98 años, a pesar de ser un fumador empedernido (en un accidente aéreo salvó la vida… por fumar) y padecer todo tipo de achaques desde temprana edad- es comprobar que muchos de los problemas de nuestra época y país ya existían con mayor o menor similitud en su época: universidad, sistema educativo y judicial, clase política o medios de comunicación aparecen a menudo bajo una luz crítica muy similar a la nuestra. Las famosas universidades británicas resultaban estar gobernadas por gentes mediocres y pomposas capaces de las peores mezquindades; las escuelas británicas practicaban sistemas pedagógicos absurdos que estropeaban la moral y el intelecto de los niños; los periodistas preguntaban estupideces o no preguntaban nada y los medios publicaban falsedades; los políticos eran seres recluidos en un mundo aparte, sólo preocupados por intereses de partido que podían conducir hasta aberraciones tales y tan evitables como la I Guerra Mundial.
Uno de los pocos encontronazos de verdad que he tenido en Twitter fue con un tipo que me reprochó en varias ocasiones que tuviera –y expusiera- opiniones éticas, lo que le parecía el colmo del autoritarismo, o que los intelectuales hablaran de política en vez de sobre las amapolas. Consuela también que alguien mucho más grande e importante, como Bertrand Russell, sufriera en su larga vida ataques parecidos, procedentes de todo tipo de pedantes intolerantes, criaturas académicas de taxidermista y bobos en general.
La excepcionalidad de Bertrand Russell deriva de que encarnó en una sola persona multitud de papeles normalmente disociados en el común de los mortales. Entre nosotros hay brillantes educadores, divulgadores o activistas sociales y políticos, pero es muy raro que una persona sea todas estas cosas a la vez y, sobre todo, las haga muy bien. Pues Russell fue –y en buena medida lo sigue siendo- un matemático y lógico eminente, un filósofo de altura, educador concienzudo, gran comunicador oral y escrito, observador perspicaz de su tiempo, activista político comprometido y generoso (que llegó a estar dos veces en la cárcel por defender opciones pacifistas) e incluso –¡y esto ya es el colmo!- amante de éxito con tres matrimonios y tres hijos a cuestas, aparte de otras numerosas relaciones sentimentales. Por no hablar de su trato habitual con otros gigantes de su tiempo: Keynes, Shaw, Einstein, Wittgenstein, Conrad… Con sólo algunas de estas cualidades y actividades, Russell ya daría la talla para encarnar el paradigma del intelectual comprometido ideal, muy por delante de Sartre u otros más famosos. A diferencia de la mayoría de quienes han aspirado al título, Russell nunca viajó a Siracusa, es decir, nunca ofreció sus servicios a un tirano o una dictadura con la esperanza de modelarlos a base de sermones. Por el contrario, viajó a la Rusia revolucionaria y se entrevistó con Lenin, pero en lugar de perecer a los halagos y seducciones bolcheviques criticó el sistema soviético con la misma lucidez, vigor y determinación que las limitaciones y defectos de las (escasas) democracias liberales de su época, en cuya mejora progresiva estuvo siempre implicado activamente: sobre todo, fue un demócrata. No hay muchos que puedan decir lo mismo en nuestro tiempo.
Para quienes, como es mi caso, también desempeñamos cierta actividad académica, activista y política sin encajar demasiado bien en alguno de los moldes al uso y padeciendo por consiguiente numerosos encontronazos con los heraldos del sectarismo uniformador y los pastores de almas ajenas, Bertrand Russell es un ejemplo de lo más estimulante. Tanto por su enorme talla intelectual y humana como por las limitaciones de la misma que su propia autobiografía muestra sin demasiado maquillaje exculpatorio, lo que hace su lectura muy recomendable para cualquier persona sinceramente interesada por la condición humana en sus múltiples y contradictorias facetas. Ni que decir tiene que es una lectura obligada para quienes quieran profundizar en los tortuosos recovecos del siglo XX, con sus guerras, revoluciones, progresos y retrocesos de todo tipo. Así que merece la pena fantasear un rato con un Russell tuiteando, publicando en su blog abierto a quien quisiera leerlo, aclarando en éste las cuestiones que los medios de comunicación no quisieran aclarar o insistieran en tergiversar, matizando la diferencia entre apoyar causas pacifistas y en cambio no ser pacifista, entre denunciar el sistema soviético y buscar la colaboración y el entendimiento con los comunistas en empresas internacionales provechosas para todos, entre apoyar la máxima liberalidad en la moral sexual y reclamar a la vez total responsabilidad personal.
Muy probablemente, Bertrand Russell no conseguiría tener tantos seguidores en su Twitter, o en su blog personal, como los actores y futbolistas famosos, ni siquiera como los tertulianos absurdos y locuaces que tratan de reproducir en los nuevos medios el sectarismo, superficialidad y engreimiento de sus opiniones de alquiler sobre cualquier cosa. Pero, ¿no sería una oportunidad impagable poder leer de primera mano las ideas, comentarios y observaciones de alguien como Bertrand Russell, las profundas y las humorísticas? Si me pidieran una opinión de hacia donde deberían evolucionar estas redes sociales –por supuesto, nadie me las ha pedido-, diría que hacia hacer posible la aparición de nuevos Russell y su conversión en el modelo dominante de reflexión y activismo, de modo que tuvieran un papel realmente de peso en la evolución del mundo real. Por pedir la luna que no quede
4 comentarios a “Bertrand Russell”
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- Lo que he compartido hoy | Navegando con Red - [...] Bertrand Russell [...]
-Amigo ¿tu que entiendes por un hombre bueno?
-El que quiere el bien para el mayor número de personas y lucha por ello.
-Lo dificil es hacerlo activamente y manifestar opiniones a las claras, porque siempre te enfrentarás a alguien.
-¿Acaso la discrepancia es mala?
-No a caso sólo dificil de llevar.
-Las ideas claras te dan fortaleza y amigos.
-Son hombres sólos normalmente.
-Pero Grandes como el Sol.
-Eso es verdad.
Acalaración para lectores:
En 1948, el avión en que viajaba a Noruega se estrelló en el mar y sólo se salvaron los pasajeros de la zona de fumadores.(podía haber sido también al revés, por lo que no hay nada que agradecer al tabaco una vez más…).
Saludos
Un bilbaino
Podía haber sido al revés… PERO NO FUE.
Si hubiera o hubiese sido No Fumador, no se hubiera o hubiese salvado de aquel accidente.
Con lo que creo que Sí que hay que agradecerle al tabaco su pervivencia con posterioridad a ese suceso hasta la tan avanzada edad a que llegó.
Estoy bien seguro de que así se lo agradeció a este (hoy) tan infausto, y a lo que se ve infame, vicio.
La salud mental es también parte (una de ellas) de Mi Salud. Y las imposiciones, las prohibiciones arbitrarias, las posiciones intolerantes, los absolutismos del caracter que sean, lesionan Mi Salud Mental, más aún de lo que el tabaco lesiona Mi Otra Salud.
Os acondejo que os leais el comic LOGICOMIX