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Las patatas fritas belgas o la revuelta contra el nacionalismo antidemocrático

Las revueltas democráticas del mundo árabe, lideradas por jóvenes organizados en internet –y extendidas a Irán y China estos días-, han quitado protagonismo a una iniciativa parecida lanzada en Bélgica por estudiantes más que hartos del desgobierno y la deriva hacia la disolución de su país: es la llamada “revolución de las patatas fritas”. Pero teniendo en cuenta que por fortuna España se parece mucho más a Bélgica que a Egipto o Marruecos, convendría dedicarle al menos una reflexión a lo que está sucediendo en un país que no hace tantos siglos era un espacio vital para la política española: los antiguos Países Bajos católicos (a diferencia de los protestantes, la Holanda actual). Y si fuera posible, imitarlo.

Bélgica es un Estado extraño, resultado de la ingeniería política y geoestratégica sobre un territorio martirizado por guerras inacabables desde el inicio de la edad moderna. Con dos lenguas principales yuxtapuestas –pues los belgas carecen, a diferencia de nosotros, de una verdadera lengua común-, la religión católica fue el cemento encargado de cohesionar un país “artificial” interpuesto entre poderosas potencias: Francia al sur, Alemania (antes Prusia) al este, Holanda al norte y muy cerca, al noroeste, Gran Bretaña. Uno de esos cruces de caminos estratégicos demasiado importantes para cederlos sin más a una potencia hegemónica, lo que condena a ese espacio a convertirse en un Estado neutral para todos. Esa fue también la causa de las inacabables y agotadoras guerras en las que se vio involucrada España: que los Países Bajos eran parte principal de la herencia de los Austrias desde Carlos I, y España no podía retirarse de Flandes –aquí eran más conocidos por ese nombre- sin renunciar a las ínfulas de superpotencia y paladín de la causa católica (e imperial romano-germánica).

Probablemente esa es la razón de fondo de que Bélgica, creada como Estado independiente, católico y neutral tras la revolución de 1830, no llegara nunca a cuajar del todo como país: que la razón estratégica no es capaz de crear naciones. Con dos comunidades lingüísticas tan diferentes, los flamencos del norte que hablan neerlandés y los valones meridionales que lo hacen en francés, la pérdida de importancia del conflicto religioso dejó al descubierto la insustancialidad del proyecto político una vez que el nacionalismo lingüístico se apoderó de la vida política de los belgas. En los últimos decenios, la política belga ha estado dominada por la obsesión por separar a flamencos de valones, acabando con cualquier institución común salvo la monarquía; incluso llegaron a dividir en dos la gran biblioteca de la famosa Universidad de Lovaina. Los “belgas” ya no tienen en común prácticamente otra cosa que un pasaporte y la capital virtual de Europa, la ciudad de Bruselas. ¿Les suena?: adelantándose a lo que aquí propugnan nacionalistas catalanes, vascos y gallegos y sus imitaciones, los respectivos partidos, tras dejar de ser belgas para alinearse como flamencos o valones, se han empeñado a fondo en volar puentes de todo tipo entre dos comunidades que viven de espaldas… salvo en Bruselas. Es aquí donde se ha recuperado la idea de una ciudadanía belga e irradiado a otras ciudades flamencas y valonas. El detonante de la reacción ha sido, a escala doméstica, el escándalo de los más de 250 días sin gobierno federal, y el catalizador internacional, citado expresamente por los promotores de la protesta, el ejemplo de las protestas democráticas árabes convocadas por jóvenes a través de internet.

La revuelta belga de las patatas fritas también es una protesta por la falta de democracia en Bélgica. Esto sorprenderá a quienes piensan que la democracia se reduce a la celebración de elecciones periódicas y al mantenimiento de ciertas formalidades públicas, y desde luego escandalizará a los nacionalistas, pero contra lo que protestan imaginativamente los estudiantes e internautas belgas es contra la destrucción de la ciudadanía operada por el avance de las reaccionarias políticas nacionalistas de la división artificial, el conflicto intercomunitario y la destrucción de la cultura común con la vista puesta en la supresión del Estado común. El mismo proceso que soportamos en España, sólo que mucho más avanzado.

Elegir las “patatas fritas” como icono de la protesta es una broma llena de significado: son algo que todos los belgas, flamencos o valones, tienen en común, como la excelente y variadísima cerveza, la ciudad bilingüe de Bruselas y la triste pero valiosa monarquía que allí se aloja. El catolicismo que les separaba de los neerlandeses del norte u holandeses ya no tiene, por fortuna, el papel cismático del pasado.

Ojalá progrese la rebelión belga de patatas fritas e internet contra la majadería nacionalista: sería una magnífica señal de reacción de la ciudadanía contra el avance del nacionalismo que tanto daño hace, siempre, a la democracia en las sociedades avanzadas. Porque, insistamos, lo que las chicas y chicos belgas, flamencos o valones, están diciendo al conjunto de la sociedad, es uno de los principios básicos de la democracia: sin ciudadanía no hay democracia, y quien destruye la comunidad política en nombre de la lengua o cualquier otra contingencia parecida no hace otra cosa que destruir la ciudadanía y, por tanto, destruye la democracia sobre la que jura en vano.

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3 comentarios a “Las patatas fritas belgas o la revuelta contra el nacionalismo antidemocrático”

  1. Sake dice:

    – Hermano yo siempre he pensado que lo que importa es el hombre, el ciudadano y lo demás son muletas que hemos utilizado para buscar el futuro común de los humanos ¿o no?.
    -Por desgracia siempre hay quienes se dedican a resucitar viejas muletas como «los nacionalismos» para volver al pasado.
    -Sabes una cosa, creo que los jóvenes en su mayoria saben ver que los nacionalismos no son buenos.
    -Hombre la juventud siempre es el futuro.
    -Asi es amigo.

  2. alc dice:

    Carlos Martínez Gorriarán :
    Bélgica es un Estado extraño, resultado de la ingeniería política y geoestratégica sobre un territorio martirizado por guerras inacabables desde el inicio de la edad moderna. Con dos lenguas principales yuxtapuestas –pues los belgas carecen, a diferencia de nosotros, de una verdadera lengua común-, la religión católica fue el cemento encargado de cohesionar un país “artificial” interpuesto entre poderosas potencias. […]

    Probablemente esa es la razón de fondo de que Bélgica, creada como Estado independiente, católico y neutral tras la revolución de 1830, no llegara nunca a cuajar del todo como país: que la razón estratégica no es capaz de crear naciones. Con dos comunidades lingüísticas tan diferentes, los flamencos del norte que hablan neerlandés y los valones meridionales que lo hacen en francés, la pérdida de importancia del conflicto religioso dejó al descubierto la insustancialidad del proyecto político una vez que el nacionalismo lingüístico se apoderó de la vida política de los belgas.

    El artículo expone que Bélgica era desde el principio un Estado avocado al fracaso por las diferencias culturales, identitarias y demás paranoias nacionalistas. Asume el rollo nacionalista del estado-nación ligado a la identidad grupal, la lengua común…

    Francamente, no creo en estos postulados, que son el dogma del nacionalismo. No existe ninguna razón objetiva por la cual la unidad administrativa tenga que coincidir con la supuesta unidad cultural. Para empezar porque la unidad cultural es siempre arbitraria, y construida al capricho de los nacionalismos.

    Si comparamos un ciudadano coreano, un etiope y un dominicano, las diferencias culturales pueden ser importantes. ¿Pero y si compramos a un tunecino y un egipcio? ¿o un alemán, un austriaco y un italiano?. ¿Tienen que ser necesariamente más diferentes entre sí que dos tunecinos o dos alemanes entre sí?. Esas diferencias personales (en las que residen en gran medida la libertad personal) es lo que tratan de liquidar los nacionalismos como sea, mediante la presión social y administrativa al individuo para forzarle a asumir la paranoia nacionalista y obligarle a ser de una determinada manera y aceptar que su personalidad viene insalvablemente determinada por la pertenencia a la nación.

    Como expone Carlos en el artículo, Flandes quedó separado de Holanda, Francia y Alemania desde el s. XVI por cuestiones macropolíticas (que por tanto rebasaban bastante el ámbito de los belgas) y de integrismo religioso (manipulación pura y dura). ¡Pero defender en pleno s. XXI que Bélgica -o cualquier otro estado europeo- es inviable por motivos culturales!.

    Estoy de acuerdo, en que como en tantos otros casos los problemas de Bélgica empezaron y se agravaron una vez que el nacionalismo lingüístico se apoderó de la vida política de los belgas. Pero no creo que este problema se debiera a la inevitable insustancialidad del proyecto político por las supuestamente insalvables diferencias culturales.

    Si los flamencos y los valones estuvieran expuestos y sufrieran masivamente una nacionalismo nacionalista belga, entonces Bélgica sería una nación fuerte y sin problemas de división.

    No dejo de pensar en la paradoja del occidente asturiano: una población culturalmente gallega (hablan un gallego propio que ha escapado a la uniformización de la Xunta de Galicia, tienen cabazos y no hórreos…) que sin embargo tiene mayoritariamente un fuerte sentimiento asturiano. Aunque claro, esta parte de Asturias y sus particularidades, es ignorada sistemáticamente por el nacionalismo asturiano, fundamentado en la mitología del bable y los valles mineros.

    Evidencia que el sentimiento nacionalista no obedece a la supuesta realidad cultural. Sino al bombardeo y la manipulación nacionalista desde la administración. Es indiscutible que en España esta manipulación se ejerce con mucha más fuerza desde las comunidades autónomas que desde el Estado. Y así pasa que uno se siente gallego, asturiano, vasco o valenciano en función de que la lado de una absurda raya (tan absurda como cualquier otra que se pretenda instaurar) le haya tocado vivir.

    • alc dice:

      Y eso que pese a su auge en los últimos tiempos (sirva como ejemplo el partido nacionalista de Álvarez Cascos), el nacionalismo asturiano no ha sido tan potente como el de otras autonomías (País Vasco, Galicia, Cataluña, Valencia…) fundamentalmente por los grandes problemas de la administración para implantar el bable.

      Sin embargo, pese a lo que muchos pudieran pensar por sus obvias similitudes (como dice el dicho gallegos y asturianos primos hermanos) la frontera cultural entre Asturias y Galicia es una de las más claras. Y no se encuentra en el río Eo, sino varias decenas de km más al Este: en el río Navia.

      En la mayoría de los casos, las cadenas montañosas constituyen desde tiempos inmemoriales un obstáculo para la comunicación y el comercio, (siendo por tanto fronteras naturales), mientras que las llanuras de los cursos bajos de los ríos son zonas de contacto. Sin embargo, esto no era así en el caso del río Navia. Este río discurre encajonado durante cientos de kilómetros, casi hasta su desembocadura, de forma que antiguamente en más de 100 km de río apenas existían dos puentes para cruzarlo. En estas circunstancias el valle y el cauce del río constituían una barrera que aislaba ambas márgenes. En la margen izquierda se habla gallego, domina el tejado de pizarra, y es mayoritario el cabazo u hórreo gallego (de planta rectangular, y frecuentemente con un piso inferior).

      Los historiadores romanos situaban en el río Navia la frontera entre las tribus astures, y los lugones y demás tribus de la actual Galicia. Y los llacimientos arqueológicos corroboran estas diferencias.

      La frontera actual entre Galicia y Asturias, se encuentra muchos kilómetros más al Oeste, en el río Eo. Por cuestiones históricas más relacionadas con los balances de poderío político y militar feudal y de la diócesis de Oviedo frente a la de Mondoñedo, que con diferencias culturales.

      ¿Cómo es posible entonces que exista un sentimiento asturiano tan fuerte en la zona comprendida entre el Navia y el Eo?. ¿Existe un ejemplo mejor de la insolvencia total del ideario nacionalista?.

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