Libia: de la injerencia humanitaria a la remota injerencia democrática
Pues señor, henos embarcados en una guerra más o menos contra Gadafi allá en Libia. Me parece que sin pretenderlo fui el primer portavoz de un partido parlamentario en pedir una intervención internacional según la doctrina de la “injerencia humanitaria”: se trata de impedir por la fuerza que un gobierno despótico, el de Gadafi, perpetre impunemente una masiva represión homicida contra la población desarmada que reclamaba cosas elementales en cualquier país decente. A estas alturas ya no hay ninguna duda razonable de que la represión en Libia se deslizaba rápidamente hacia la matanza de civiles, y de lo que se trataba y se trata es de impedirlo sin esperar a que se consume la matanza para, como pasó en Bosnia, Ruanda o Kosovo, darnos luego a un ruidoso festejo de rasgamiento de vestiduras de los que tanto deleitan a las pasivas y miedosas almas bellas, esas mismas empeñadas en dictarnos la moral y el derecho internacional y afanadas ahora en negarle a la ONU autoridad para interpretar legalmente su propia Carta fundacional. Sí, ya saben, los del “no a la guerra” que es un “sí a la guerra civil”, aunque las dos situaciones sean igual de trágicamente bélicas, aunque no igual de injustas. Ojalá en 1936 hubiera existido una comunidad internacional empeñada en parar la guerra civil española en vez de asistir impertérrita a su funesto desarrollo con la excusa barata de respetar la soberanía nacional. Como si las soberanías nacionales no fueran otra cosa que matanza a la carta de enemigos políticos.
Dicho esto y celebrando que el Consejo de Seguridad haya dado la autorización legal para que varios países, entre ellos el nuestro, bombardeen las defensas antiaéreas y el armamento pesado de Gadafi para que al menos no aplaste en una semana toda oposición a su dictadura, hay que añadir que la intervención en Libia muestra demasiados signos inquietantes de falta de un propósito claro. Para empezar, de un objetivo claro que, a su vez, permita trazar planes racionales que permitan en su momento tomar decisiones de alcance: desde una intervención terrestre en Libia si fuera necesaria –ahora excluida por la resolución de la ONU, limitada a la exclusión aérea- hasta el cese de las operaciones militares cuando sea aconsejable. La insistencia de Zapatero en que no se trata de expulsar a Gadafi sino de ayudar a la población civil es una de esas piadosas jaculatorias que embrollan más de lo que aclaran: ¿habría un modo mejor de ayudar a los libios que quitarles de encima al sátrapa? ¿Es razonable destruir por aire al ejército de Gadafi y permitirle que mantenga en control del terreno para Gadafi? Y así una larga lista de preguntas que todos los interesados nos hemos hecho.
La inconcreción de los objetivos queda de manifiesto en la imprecisión del mando militar: ¿la OTAN, Estados Unidos, Francia, todos y nadie? ¿Y dónde está la UE? Porque, como de costumbre, la UE ni está ni se le espera cuando esta es otra ocasión de oro para que asuma el papel internacional que esperamos como agua de mayo (en la mitad del Sáhara), sobre todo ante las reservas y limitaciones que impone la propia ONU y el veto de China y Rusia en el Consejo de Seguridad a cualquier autorización de mayor alcance político. En efecto, la injerencia democrática –intervenir en un país en crisis política para favorecer la democracia, y no sólo por motivos humanitarios- es algo no sólo temido, sino inaceptable para las dictaduras abiertas de China (o Cuba) y las encubiertas de Rusia, Irán o Venezuela. De modo que no hay razones para esperar de la ONU mucho más de lo que ya ha autorizado porque Rusia y China lo evitarán. Estados Unidos, por lo demás, bastante tiene con Afganistán e Irak y señala sin disimulo a los europeos su responsabilidad en uno de sus mares domésticos, el Mediterráneo. Pero por otra parte Europa no sólo carece de ambición política, es que tampoco tiene el poder militar –ni la medrosa y conservadora sociedad europea quiere tenerlo- capaz de sustituir con eficacia al de Estados Unidos cuando haga falta. Finalmente, consideremos que algunos de los actores políticos más importantes en esta intervención son jefes de gobierno con serios problemas domésticos: Obama, Sarkozy, Berlusconi y desde luego Zapatero, por no hablar de la ausente (por razones de política doméstica) Angela Merkel, confirmando para Alemania el paradójico (¿e insostenible?) papel de gigante económico y enano político. No parece haber ningún propósito común entre todos estos gobernantes, más allá del doble (y no antagónico) de poner orden en Libia y su petróleo y de contentar a la indignación humanitaria de sus opiniones públicas. Así están las cosas: un tremendo embrollo porque estamos metidos en harina guerrera en Libia, pero no se sabe muy bien para qué ni quién manda, aunque sí sepamos por qué y cómo.
En resumen, el caso de Libia debería forzar un debate sobre la legitimidad de la injerencia democrática, es decir, del derecho de la comunidad internacional democrática a intervenir en tragedias como la libia para favorecer la transición a la democracia. Porque está claro que la injerencia humanitaria es en sí misma insuficiente para definir el horizonte político de una intervención que es política, precisamente, por ser humanitaria. Pues sólo en la democracia evolucionada, con su ética pública de la libertad individual y de los sagrados derechos humanos universales, se considera que una crisis humanitaria de grandes proporciones justifica una intervención armada. Durante los genocidios armenio, soviético o nazi, casi nadie se planteó que estas catástrofes fueran en sí mismas un casus belli legítimo, por éticamente repugnantes que fueran.
Una objeción habitual de los pragmáticos es que una intervención abiertamente política en Libia obligaría por coherencia a intervenciones similares en Bahrein (abandonado al intervencionismo represivo de Arabia Saudí y Qatar), Yemen, quizás Siria y, por qué no, en cualquier país del mundo sometido a dictaduras contestadas por sus víctimas. Lo que valdría para Cuba, Corea o la propia China. Pero la respuesta es precisamente pragmática: ni todas las intervenciones son posibles a la vez ni son igual de urgentes, ni la respuesta de la dictadura será previsiblemente la misma. Seguro que los autócratas chinos no responderían igual que los Castros o Chávez, y de lo que se trata no es de arrastrar al mundo a la III Guerra Mundial, sino de ayudar a las sociedades que luchan abiertamente por derribar dictaduras que se defienden asesinando impunemente a diestro y siniestro. No se trata de elegir entre impedir todos los crímenes del mundo o dejar que se cometan todos, sino de progresar adecuadamente en la erradicación o castigo del crimen político. Razonable objetivo que a día de hoy nos parece demasiado remoto a muchos. Aunque hubiera una corriente pujante a favor de la injerencia democrática, habría que construir las instituciones capaces de poner manos a la obra, y por ahora, si existen, es sólo sobre el papel, como la inexistente “política internacional común” de la UE.
Me parece imprescindible ese debate que planteas sobre la legitimidad de la injerencia internacional en apoyo de opciones democráticas. Estoy de acuerdo en que los propósitos son confusos y, por tanto, el resultado, incierto. Además tengo una duda, tal vez debida a la desinformación, y es la de la identidad de las fuerzas rebeldes a Gadafi, es decir, hasta qué punto sus objetivos son los de hacer una transición a la democracia.
-Mira yo ni quito ni pongo rey ni presidente, yo simplemente deseo lo mejor para mi y todos mis compatriotas, porque sabrás que mis ciudadanos y mis paisanos son todos Españoles.
-¿pero no eres Murciano hombre?.
-Éso lo primero de todo.
-Ya
-Pero también soy Europeo.
-Venga.
-Y sobre todo Español.
-Eso me gusta más.
Puede que sea verdad que cada pueblo tiene los líderes que se merece, pero cuando uno da muestras de merecerse algo mejor, merece la pena ayudarle a conseguirlo…
Algunos principios conviene lucir hasta en política internacional, aunque depués de defenderlos a veces se traicionan. Siempre es mejor que no tener ninguno. Ir a rastras de los acontecimientos es como predecir el pasado. Vamos, que darle caña a Gadafi ahora es hacer leña del arbol caído, tras cuarenta y dos años de buen rollito.
¿Cuantos tiranos nos quedan para practicar la condescendiente alianza de civilizaciones?
Creo que lo pragmático es liderar una manera de hacer política exterior que distinga la coexistencia con los esclavistas de los compromisos con las libertades de las personas. Algunas de ellas, las interesantes, distinguirán los que tiraban del carro de los que se subieron cuando convenía, como es el caso.
Marruecos, Siria, Cuba y China son oportunidades presentes para hacer futuros amigos de calidad. Claro que la calidad tiene un precio, como los principios.
Me encanta uando te pones pragmático…
A ver cundo posteas sobre lo de SORTU, que aquí si que va a haber»fricción».
No sólo cabe reflexionar sobre la ingerencia democrática. En mi opinión, convendría considerar ciertos aspectos sobre la estructura y el funcionamiento de la ONU.
Para empezar creo que no tiene ningún sentido que los países no democrático tengan voto en la ONU, Ya que sus gobiernos no representan legítimamente a sus ciudadanos. Se podría sostener, si acaso, que tuvieran voz, pero de ninguna manera voto.
De igual manera la estructura del Consejo de Seguridad, con 5 países como miembros permanentes y con derecho a veto (EE.UU, Rusia, Gran Bretaña, Francia y China) por el mero hecho de haber ganado una guerra hace casi setenta años no tiene ya lógica.
Después de tanto tiempo, ninguno de estos países tiene ya ninguna supremacía moral sobre el resto del mundo. Ni siquiera sobre los países perdedores (Alemania, Italia y Japón).
Tampoco se puede sostener desde una justificación económica. Desde una perspectiva democrática, no es aceptable que la riqueza determine la influencia en la toma de decisiones. Ni a nivel nacional (sería cómo decir que el voto de los ciudadanos ricos valga más) ni a nivel internacional o mundial.
La ONU no será democrática mientras no funcione con criterios democráticos que garanticen una representación realmente representativa y equitativa de todos los ciudadanos del mundo.
Mientras tanto, las resoluciones de la ONU podrán tener valor legal, pero carecerán en mi opinión de legitimidad moral.
Podemos seguir jugando a aceptar cómo válidas unas resoluciones de un Consejo de Seguridad en el que resto del mundo está representado en condiciones de desigualdad y no tiene posibilidades de aprobar nada contra el veto de 3 países democráticos (EE.UU, Gran Bretaña, Francia) que representan respectivamente entre todos al 6,19% de la población mundial (respectivamente al 4,46%, 0,83%, 0,90%) y dos dictaduras (Rusia y China).
Por otra parte ¿cómo puede sostenerse que un pequeño continente cómo Europa tenga tres países permanentemente y con veto en el Consejo de Seguridad?.
¿Y cómo es posible que la UE no sustituya a sus países meimbros como representante ante la ONU?.
Injerencia y democracia ¿van necesariamente unidas?, cuando se plantean unos objetivos sin tener en cuenta la unidad tiempo se puede caer en el error de no hablar de la consecución de los mismos al largo plazo o de la ausencia de soluciones de efecto inmediato ante la opinión pública.
Estoy totalmente de acuerdo con que el debate es necesario, pero más que plantearlo en términos de legitimidad yo opino que debería plantearse en términos de utilidad (como diría Stuart Mill)
No se puede forzar una transición a la democracia a base de bombas.
La respuesta a la libertad de los oprimidos debe ser el apoyo internacional e incondicional de todos ante los tiranos que les imponen su gobierno, pero por lo mismo jamás caer en la imposición de escenarios bélicos bajo el paraguas de la supuesta legalidad internacional que después se convierte en un desierto sempiterno por el que vagarán todos los seres humanos que aún vivan en dichas zonas.
El debate debe ser abierto de manera profunda, estamos en la antesala de un conflicto muy largo y con posible contagio a otros países del entorno.
Un saludo