Investigar es cosa de jóvenes, pero el ministro Wert no es partidario
(Dedicado a Fran, Lucas, Javi, Sergio, Luis y Gloria, la brillante y esforzada juventud del Grupo Parlamentario de UPyD)
Charles Darwin tenía 29 años cuando concibió la selección natural de las especies, idea basal de la teoría de la evolución. Se basó en las observaciones y datos recogidos durante su viaje a bordo del pequeño Beagle, en el que se embarcó a los 22 años (el capitán, Robert Fitz-Roy, tomó el mando del buque a los 23 años). Niels Bohr formuló su célebre modelo atómico con 28 años. Albert Einstein publicó sus investigaciones sobre la relatividad especial a los 26. Alan Turing, una existencia genial de trágica brevedad, imaginó la “máquina de Turing”, el fundamento de la computación, a los 24 años. Kurt Gödel formuló el trascendental Teorema de la Incompletitud con 23. Abundan las pruebas similares de que investigar al máximo nivel es, y no por casualidad sino por la mayor plasticidad intelectual y entusiasmo de la edad, cosa de jóvenes (la primera mujer que impartió una clase en la Sorbona, Marie Curie, tuvo que esperar hasta los 39 aunque también fue una joven científica extraordinaria).
No sólo ocurre en el campo científico. Nietzsche publicó su primer libro con 28 años, Rimbaud escribió Una Temporada en el Infierno a los 19, Pablo Picasso pintó Les Demoiselles d’Avignon a los 26, Duchamp hizo su primer ready-made a la misma edad, García Lorca publicó Poema del Cante Jondo a los 23, Le Corbusier su primera casa original a los 25, Serguei Eisenstein hizo El Acorazado Potemkin con 27 años y, para no quedarnos solo en la “alta cultura”, Alfred Hichtcock acabó su primera película completa a los 26 ,y John Lennon tenía 20 años cuando fundó con sus amigos The Beatles.
Aunque el fenómeno ha vuelto a producirse a la vista de todos en el campo de la informática (Steve Jobs y Steve Wozniak tenían 16 y 21 años cuando empezaron a trabajar en lo que sería Apple) y de sus aplicaciones a redes sociales (Mark Zuckerberg comenzó Facebook con 16), hoy suele sorprender el asociar edades tan tempranas a obras de tanta importancia científica o cultural; yo mismo he hecho a menudo la prueba de hablar de esto a alumnos de filosofía de edad semejante a los autores citados: la mayoría se quedaban profundamente sorprendidos. Y no digamos sus madres ante la perspectiva de permitir embarcarse a su hijo veinteañero en una expedición como la de Darwin en el Beagle, con un capitán sólo un poco mayor y durante casi tres años en un barquito frágil, incómodo y superpoblado…
Nuestra época exhibe en esto, como en otras cosas, una curiosa incongruencia: la adulación extrema a la juventud, puesta como ejemplo de todo lo positivo a imitar incluso por los adultos maduros (buenos sentimientos, altruismo natural, salud, alegría de vivir…), coexiste con una sobreprotección derivada de la práctica instauración de una especie de gerontocracia o gobierno de los más maduros. La admiración por la juventud es, parece, más una especie de acto de pensamiento mágico que busca exorcizar la, con razón, temible senectud (esos abuelos vestidos casi como sus nietos…) que una auténtica puesta en valor de las indudables capacidades de la juventud para todo aquello en lo que la experiencia tenga poca importancia, como la investigación científica y la innovación tecnológica y cultural. En resumen: a los jóvenes se les adula, pero se les mantiene alejados de la responsabilidad y la decisión (en UPyD hemos llevado la contraria a este principio inconfesable rechazando tener Juventudes y promocionando en cambio a muchos jóvenes a puestos de responsabilidad, pero ese es otro tema). El resultado es un desperdicio social de sus capacidades y cualidades naturales, y el cultivo de una absurda inmadurez artificial que dura demasiado.
Reparemos por ejemplo en los últimos movimientos de política educativa del Gobierno, administrada por el ministro José Ignacio Wert, y particularmente de la universitaria. Se trata de un área que afecta de lleno a la juventud y al aprovechamiento de su elevado potencial intelectual. Basta un repaso de los nombres citados al comienzo de este post para hacer evidente que muchos de los principales científicos, escritores y artistas –y sobre todos los primeros- concibieron su obra fundamental en un intervalo cronológico relativamente reducido que va de los 18 a los 30 años. Muchos de estos individuos excepcionales pudieron desarrollar durante muchos años sus primeras ideas, profundizando pero rara vez revolucionando su campo con iluminaciones como las de esa primera época juvenil. Uno de los más característicos personajes de esta tribu humana excepcional, Albert Einstein, reflexionaba al final de su fértil y larga vida (tanto que chocó con los planteamientos revolucionarios de la física cuántica desarrollada por algunos jóvenes a partir de su obra) sobre este hecho esencial, señalando que una de las cosas más raras era que a alguien se le ocurriera una idea verdaderamente original: a él se le habían ocurrido una o dos…
Es por eso que los países y sociedades realmente comprometidos con el desarrollo científico, educativo y cultural en general procuran dar las máximas facilidades no sólo a los talentos excepcionales, sino también al mucho más amplio número de jóvenes dotados y preparados para investigar y crear cosas nuevas. ¡No es el caso de España, ciertamente!: estamos gobernados, bastante mal o muy mal, por una generación de individuos que si bien fueron jóvenes al comienzo de la Transición, cuando adquirieron las posiciones de partida que les elevaron hasta su alto pedestal actual, son ahora un auténtico tapón generacional que impide con perseverancia digna de mejor causa la necesaria renovación de personas e ideas que el país reclama a gritos. Casi la totalidad de los líderes políticos en activo lleva treinta años o más en cargos públicos, y los directores de los principales medios de comunicación, grandes banqueros y empresarios son sujetos rodeados de encantadores nietos y bisnietos. Se ha recurrido a un banquero jubilado para reflotar Bankia, y el último director de RTVE era un octogenario que echaba la siesta en las reuniones del Consejo. En general, las experiencias de la generación de la Transición (más centradas en cómo desmontar una dictadura que en cómo construir una democracia desarrollada) no les ha preparado para enfrentarse a una crisis sistémica como la que sufrimos, pero en lugar de hacerse a un lado ordenadamente y favorecer la renovación del establishment que ocupan, su reacción es aferrarse a cargos, tópicos y procedimientos fallidos.
Si Einstein, Turing o Gödel hubieran tenido la desgracia de ser jóvenes españoles en esta época crítica, y se hubieran empeñado en iniciar la fulgurante carrera científica que desarrollaron con tanto brillo y trascendencia en sus respectivos países (Suiza, Inglaterra y Austria), se hubieran encontrado, por obra y gracia del Real Decreto de medidas en educación presentado por Wert y aprobado en solitario por el PP (esto le dije al ministro en el Congreso, pero no vio necesario responderme), con una carrera de obstáculos económicos (más tasas y menos becas, dificultad casi insalvable para trabajar y estudiar simultáneamente) y académico-burocráticos de difícil conciliación con el objetivo de estimular la investigación de altura, tal como les permitieron las universidades donde ellos estudiaron. Si finalmente se hubieran doctorado y entrado en la plantilla docente de alguna universidad, el sistema Wert de promoción académica les hubiera obligado a impartir hasta media docena de variopintas asignaturas con un absorbente horario de tutorías académicas y absurdas ocupaciones administrativas, dejándoles las vacaciones y la noche para profundizar en sus investigaciones. En cambo, verían como las horas de investigación y los medios para hacerla se reservaban a provectos catedráticos y maduros profesores con los sexenios suficientes acumulados –al menos tres, es decir 18 años- mediante méritos básicamente más burocráticos que intelectuales y, sobre todo, biológicos: haber tenido la suerte de entrar a tiempo en el sistema, estar bien apadrinados y haber aprendido a desenvolverse con ventaja en sus procelosos procedimientos de promoción, a veces tan ajenos al mérito académico.
Ni que decir tiene que en unas condiciones semejantes nuestros hipotéticos Einstein, Gödel y Turing tratarían por todos los medios de emigrar a países menos esclerotizados en la materia y con universidades menos burocratizadas, donde, a diferencia de las españolas (muy mejorables pero también empeorables) tras la vandálica incursión de Wert y el Gobierno de Rajoy, los valorados fueran realmente los méritos y capacidades demostradas en la investigación, y no las habilidades administrativas y los buenos enchufes. Consecuencias de una gerontocracia esclerotizada que mantiene con la juventud una relación de adulación castrante y admiración impostada. Es, en fin, el gobierno de los carcamales enamorados de la moda juvenil.
Es una verdadera pena que la educación sea tan mal dirigida.
Si la educación es fundamental para el futuro habrá que buscar la manera de fomentar y utilizar adecuadamente sus potencialidades, y éso no quiere decir gastar mucho dinero, sino gastarlo adecuadamente.
Yo estudié en una de las escuelas de ingenieros más antiguas del país. Allí los núcleos de poder y de actividad eran las cátedras de toda la vida, denominadas alegalmente unidades docentes dentro de los departamentos. Estas cátedras se agrupaban sin ningún criterio lógico en departamentos. Asignaturas íntimamente relacionadas pertenecían a departamentos diferentes. Y los tres o cuatro departamentos grandes tenían asignatudas de todos los temas. La varianza intra>/i>departamental era muchísmo mayor que la inter-departamental.
Probablemente esta organización obedecía a las relaciones personales de afinidad/enemistad entre unos catedráticos y otros en el momento en que se crearon los departamentos. Sin que ninguna autoridad acedémida pudiera, ni pretendiera, imponer orden o criterio.
En mi época universitaria fui representante de los alumnos en varios consejos de departamento, en la junta de escuela y en varias comisiones.
Lo primero que llamaba la atención en todos estos foros era que nadie defendía los intereses de la universidad o de la sociedad (a quien debe servir realmente la universidad).
Lo siguiente que llama la aención del gobierno de las universidades es la total falta de autoridad de las autoridades académicas (rectores y vicerrectores, directores de escuela o decanos y subdirectores o vicedecanos, y directores de departamento) sobre los profesores. Esto de debe a que son elegidos (en principio de forma indirecta, y posteriormente desde la década del 2000 directa) por los trabajadores sobre los que teoricamente deben ejercer dicha autoridad.
Es decir, las autoridades académicas actúan por defecto con la intención de evitar el conflicto interno y maximizar la satisfacción de sus gobernados. Principalmente catedráticos y profesores, pero en menor medida también alumnos y personal no docente. En esta situación, los golpes de mano no obedecen a la defensa de los intereses teóricos de la institución, sino de los intereses personales, de grupo y de clase.
Pero incluso en el hipotético caso de que la autoridad académida de turno trate de tomar las decisiones correctas, chocaría necesariamente con unas instituciones colegidas (claustro universitario, juntas de escuela o facultad y consejos de departamento) inoperantes. Sobre todo los consejos de departamento, en los que reside una parte importatísima del poder en la universidad. Su organización caótica hace imposible en ellos la existencia de un enfoque sectorial. Al agruparse en ellos asignaturas y materias que nada tienen que ver, es imposible una organización lógica y eficiente de los recursos, y el tratamiento de los temas técnicos y cuestiones que debe abordar el departamento se deriva forzosamente hacia las cátedras. Por una cuestión de inoperatividad del departamento, pero también de tú no te metas en mi casa, y yo no me meteré en la tuya.
En mi opinión la cacareada autonomía universitaria e incluso la libertad de cátedra no han servido en modo alguno para mejorar las universidedes españolas. Sino todo lo contrario.
La universidad española ha pasado del poder dictatorial del catedrático (sobre sus asignaturas, sobre el resto de profesores y sobre toda la investigación), a una especie de poder más compartido entre éste y sus profesores titulares. El resultado, lejos de mejorar el funcionamiento, ha mantenido o incluso aumentado las redes clientelares y la defensa de los intereses de grupos y de clase.
Porque la universdiad española actualmente es un sistema de castas(catedráticos, profesores titulares, profesores interinos y asociados, personal no docente y alumnos) luchando y defendiendo sus intereses de clase y de grupo.
El aberrante sistema de elección de profesores también merece mención. Todas las reformas que se han hecho, lejos de mojorar la situación, y acabar con la secular endogamia, han mantenido o incluso aumentado estos problemas, y han ido creando otros nuevos.
En un principio los tribunales estuvan formados únicamente por profesores del centro en el qyuue se convocaba la plaza. Con el resultado previsible y conocido de endogamia y favoritismos.
Posteriormente, se hizo que en los tribunales hubiera, de forma minoritaria, profesores de otros centros y univrsidades españolas. El resultado fue que en la mayor parte de las situaciones los miembros de fuera votaran también sistemáticamente por el candidato de la casa. Por dos motivos. El primero porque al estar en minoría, los miembros del tribunal de fuera no tienen nada que hacer contra los de la casa (salvo conflcto interno entre estos). El segudno motivo por que los que hoy son de fuera, mañana serán de dentro y viceversa (los miembros de un tribunal son todos del mismo área de conocimiento, con lo que la probabilidad de encontrarse en el futuro en otro tribunal es alta, sobre todo en determinados campos) cuando convoquen oposiciones en su centro.
La última reforma del sistema consistió en un exámen de habilitación externo a lso centros, para que posteriormente los centros eligieran entre los candidatos previamente habilitados. Obviamente, los centros siguieron eligiendo muy mayoritariamente a los candidatos de la casa de entre los previemente habilitados. Con lo que la reforma no tuvo consecuecias relevantes sobre la endogamia.
En lo que si tuvo consecuencias esta última reforma fue en un aumento desorbitado en el número de catedráticos. Ya que con el sistema actual el catedrático ya no ostenta el poder absoluto, sino que lo comparte con los titulares. En esta situación la principal diferencia entre un catdrático y un titular es el salirio. Motivo por el cual se ha disparado el número y la proporción de catedráticos en la universidad española. Donde antes había uan cátedra con un único catedrático y dos o tres profesores, ahora hay dos o tres catedráticos y uno o dos profesores titulares.
Es decir, se mantienen las ineficacias del sistema con un mayor coste salarial para las arcas públicas. Es decir, mantenemos la ineficacia y aumentamos la ineficiencia.
En las universidades anglosajonas (muchas de las cuales se encuentran entre las primeras del mundo en todos los rankings, al contrario que las españolas, que cosechan colectivamente unos pobres resultados en todos los indicadores y clasifciaciones internacionales) ni siquiera los catedráticos tienen asegurado su empleo y sus condiciones salariales de por vida e independientemente de lo que hagan (con unas autoridades acedémicas y unos órganos de gobierno que nunca se entrometerán ni actuarán en su contra). Sino que allí están sujetos a exámenes y revisiones de objetivos periódicos.
En la presente situación, cualquier reforma universitaria que se realice de forma consensuada con los rectores y las autoridades académicas será tan exitosa en su aprobación e implantación, como inútil y contraproducente en sus resultados y consecuencias.
Es una reivindicación clásica de las protestas estudiantiles las soflamas contra la privatización de la universidad, con lemas del tipo «fuera la empresa de la universidad [pública]».
Este tipo de reivindicaciones imaginan un escenario en el cual las grandes empresas (Repsol, Telefónica, Iberdrola… por citar ejemplos de diferentes ámbitos empresariales) financiaran la universidad y alteraran su funcionamieno y sus objetivos, pervertiendo su finalidad pública en beneficio de los intereses de dichas empresas.
Sin embargo, se puede decir que realmente este tipo de fenómenos actualmente no existe, o son residuales. Existe alguna cátedra dedicada a estudios sectoriales financiada por alguna de estas empresas. Pero es un fenómeno que se podría considerar residual y realmente no afecta apenas al funcionamiento ni los objetivos de la universidad.
Sí existe sin embargo, otra privatización de la universidad. La realizan los profesores que utilizan su propia jornada laboral en y los recursos de la universidad para realizar actividades privadas lucrativas.
Existen multitud de actividades lucrativas desarrolladas de esta menera por los profesores universitarios de forma generalizada. Desde la creación de aplicaciones informáticas que luego son vendidas en el mercado, hasta actividades de consultoría de carácter claramente privado. En el mundo de la consultoría, es obvio que los profesionales de la universidad pública suponen una competencia desleal dentro del sector.
Sin embargo, la actividad lucrativa estrella de los profesores universiarios son sin ninguna duda los másters y cursos de pago. Estos profesores se dedican a ofrecer a precios de mercado toda clase de cursos más o menos especializados impartidos generalmente en instalaciones de la universidad. A los participantes en dichos cursos se les otorga un diploma o un título de la universidad pública, aunque los beneficios obtenidos se los quedan los profesores. La cosa tiene más delito, pues frecuentemente esos mismos profesores fomentan la demanda de dichos cursos de pago impartiendo en las asignaturas regladas temarios y contenidos obsoletos y excesivamente teóricos, para luego ofrecer los contenidos que sí demanda el mercado en el curso de pago.
¿Y que hacen las autoridades académicas y los órganos de gobierno al respecto?. Pues evidentemente, hacen todo lo posible por favorecer este tipo de actividades que benefician a quienes realmente representan: los intereses de clase del colectivo de profesores. Para ello, desarrollan normativas que favorecen este tipo de actividades, y ofrecen todos los medios de la universidad para dar soporte y apoyo a estas actividades.
Las primeras medidas que necesita la universidad española son en mi oponión:
1.- Derogación de la autonomía universitaria. Participación de la sociedad en el nombramiento de los órganos de gobierno y las autoridades académicas. Una alternativa sería utilizar los colegios profesionales para que una parte sustancial de los claustros, juntas y consejos estuvieran constituidos por antiguos alumnos y profesionales de la profesión. Para evitar interferencias de los aparatos de los Colegios para colar a sus amigotes, podría hacerse incluso por sorteo entre todos los profesionales colegiados. De este modo, se daría también alguna finalidad a los betustos y enquilosados colegios profesionales.
2.- Establecer unos ratios máximos de catedráticos y de profesores por asignatura y por alumno.
3.- Reducción salarial de al menos un 30% para los catedráticos y un 20% para los profesores titulares.
4.- Una ley de incompatibilidades docentes que sea estricta y restrictiva.
5.- Jubilación obligatoria a los 65 años. Eliminación de la figura del profesor emérito, de la cual se abusa claramente actualmente.
6.- Establecimiento de baremos y objetivos, y evaluación de los mismos por parte de organismos realmente externos e independientes a la universidad.
Me ha decepcionado totalmente este artículo. Esperaba una disección en toda regla de la universidad española y me encuentro sólo con esta frase:
«Las [universidades] españolas (muy mejorables pero también empeorables) tras la vandálica incursión de Wert y el Gobierno de Rajoy, los valorados […] [no son] realmente los méritos y capacidades demostradas en la investigación, y no las habilidades administrativas y los buenos enchufes.
¿Qué pasa, que antes de «la vandálica incursión de Wert» las universidades eran tolerables, o por lo menos mejores de lo que van a ser después de ella?
Pues no; en mi opinión y experiencia las universidades públicas españolas, unas más y otras menos, eran, son y previsiblemente seguirán siendo unos pozos de mediocridad, clientelismo y sectarismo (como debería Vd. saber mejor que yo), antes, durante y después de «la vandálica incursión».
Dicho de otra manera, la universidad pública española desde hace muchos años necesita una limpieza a fondo implacable. Limpieza que ninguno, (ninguno, llámese PP, PSOE, IU, CiU, PNV, ERC, BNG, …), de los partidos instalados jamás intentará.
¿Lo intentará UPyD?
Creo que debo empezar por reconocer mi desconocimiento sobre el contenido del decreto la reforma de Wert. Una vez visto el vídeo de la intervención de Carlos M. Gorriarán en el Congreso, que me parece francamente excelente, creo que se aclaran muchas cosas. Como casi todas las reformas universitarias anteriores, parece que esta reforma no solucionará ningún problema. Y en este caso creará graves problemas nuevos.
Efectivamente, parece que hay aspectos súmamente preocupantes. Lo de que un becario imparta clase de hasta 6 asignaturas universitarias diferentes es una auténtica locura. Estamos hablando de enseñanza universitaria, en la mayoría de los casos lel contenido de las materias es en muy especializado. Y lo de restringir el acceso a la investigación a los profesores más viejos y veteranos (con menor conocimiento y adaptración a las nuevas tecnologías, lo cual es una limitación importante sobre todo en las disciplinas científicas y técnicas) un sin sentido.
Dicho esto, creo necesario insistir en que la situación de partida de la unviersidad española es francamente penosa y lamentable. Y que la causa de estos problemas es fundamentalmente la autonomía universitaria que conduce a que el gobierno de las universidades se convierta en una lucha entre castas (catedráticos, profesores titualares, interinos y asociados, alumnos y personal no docente) para la defensa de sus intereses de grupo (y no los de la institución); y a una falta total de autoridad de las autoridades académicas sobre los profesores, y también en ciertos aspectos hasta sobre los alumnos, cuyos votos también cuentan (aunque menos) para elegir directores, decanos y rectores. Recordemos la actitud y actuación tibia y disciplente (incluso de protección de los agresores) de varios rectores y decanos de universidades españoles ante las agresiones de que han sido víctimas determinadas personas —entre ellos Rosa Díez— por sus ideas por parte de determinados grupos de estudiantes.
E insisto en la necesidad de regular y limitar las actividades lucrativas de carácter privado de los profesores universitarios, que utilizan los recursos de la universidad (su propia jornada de trabajo, la de los becarios, aulas, ordenadores, material, soporte administrativo, publicitario e institucional, y sobre todo lo más preciado: los títulos y diplomas de la universidad pública) para sus actividades lucrativas personales.
Sobre el «tapón generacional» en la Universidad.
En mi Facultad, cerca de un 30% de profesores (asociados) compaginan su tarea con otro puesto en la administración pública. ¿Qué sucedería si esas plazas se fueran ofertando, como empleo exclusivo a los alumnos de la promociones que acaban grado o Post-grado?
¿Existe miedo en los partidos a indisponer a la clase docente, intelectual y económicamente privilegiada?