2011-2013: la responsabilidad del PP en el deterioro de la democracia
Las crisis son un grave problema para quien las sufre, pero también una oportunidad para mejorar y adaptarse a las demandas del mundo real. Desde Darwin sabemos que todos los seres vivos evolucionan y cambian, o desaparecen: es una regla de aplicación a los sistemas políticos. En el caso de España (y de Europa), la profunda y larga crisis que atravesamos, tanto económica como política, obliga a evolucionar o a enquistarnos y perecer.
En economía significa que, o cambiamos de modelo productivo, o el empobrecimiento actual se hará crónico y estructural: habremos perdido la batalla de la autonomía y la competitividad contra los agentes económicos emergentes (sean grandes complejos multinacionales globales o las nuevas potencias económicas soberanas). Y lo mismo en política: o mejoramos las evidentes deficiencias de nuestro sistema, o el deterioro irá a peor hasta que no sea democrático. Pocos lo niegan, pero una vez reconocido enseguida afloran las diferencias sobre qué hacer. Algunos, o muchos, de los que admiten la necesidad de cambios rechazan cualquiera que les afecte: cambios sí pero que cambie el otro, viene a ser la reacción usual.
En nuestro caso las deficiencias democráticas son bastante evidentes: corrupción, justicia intervenida, incumplimiento de la legalidad, pobre separación de poderes, incumplimiento de programas y compromisos, representatividad en declive, leyes electorales injustas, instituciones de baja calidad, captura de los reguladores y supervisores independientes, partidos e ideologías esclerotizadas, escasa participación ciudadana, opacidad, separatismo, desigualdad creciente, impunidad…
No es una relación exhaustiva. Todos estos problemas, relacionados entre sí, tienen un origen complejo que no puede reducirse a una historia de buenos y malos, por ejemplo la de virtuosos ciudadanos engañados por políticos perversos. Como se ha dicho, aunque sea impopular, nada hay tan parecido a un diputado o alcalde como el ciudadano que le vota… Pero sin duda la principal responsabilidad corresponde a quienes tienen más capacidad de decisión, o sea, los partidos políticos mayoritarios que gobiernan y tienen la oportunidad, la iniciativa y la capacidad de cambiar este estado de cosas. Y en España es evidente de quien se trata: del Partido Popular.
En 2011 el PP ganó las elecciones generales con amplia mayoría absoluta, tras ocupar el gobierno de la mayoría de las Comunidades Autónomas y las principales ciudades. Ningún partido ha tenido antes tanto poder, y es difícil que alguno vuelva a tenerlo a la vista de la crisis del bipartidismo, y del debilitamiento general del propio poder político. Sin embargo, el PP recibió una enorme cantidad de votos con un mandato popular también pocas veces tan claro: ¡cambien todo esto de una vez! Dicho lo cual hay que concluir que nunca tanto poder dado por tantos ha sido tan mal empleado por tan pocos.
Es cierto que muchos votos al PP se justificaron ad hominen: servían para expulsar al detestado Rodríguez Zapatero y su lamentable gobierno. Aunque Popper definió la democracia como ese sistema en que puedes echar a un mal gobierno más que elegir uno bueno, los hechos han venido a demostrar que votar a la contra es desaconsejable. Rajoy y su partido creyeron que para gobernar bastaría con renegar de Zapatero y adoptar tres líneas de acción.
La primera, deplorar a diario la herencia recibida de Zapatero y culparle de todo. Eso tiene el inconveniente de sufrir el desgaste del tiempo y la tozudez de las cosas y hechos; si todo sigue yendo mal acaba pareciendo lo que es: una excusa autoindulgente e irresponsable.
La segunda, acometer un difuso y confuso “programa de reformas” que traiciona el programa electoral pero justificado como una consecuencia inexorable de las exigencias de terceros, como la troika UE-BCE-FMI. Contradiciendo todas las promesas, Rajoy ha subido los impuestos, bajado las pensiones y salarios, reducido las prestaciones y derechos sociales, recortado la inversión en sanidad, educación y ciencia, nacionalizado las Cajas hundidas por ellos mismos, y repartido el poder judicial entre PP, PSOE, IU y nacionalistas.
Y tercera y más importante: no hacer nada, en el sentido de no actuar contra el núcleo básico del sistema. La verdadera clave del gobierno de Rajoy ha sido y es la inacción, la confianza, entre estadística e irracional, en que el tiempo lo arregla todo o porque se olvidan los problemas o porque mutan a problemas diferentes. Más que de conservadurismo en sentido ideológico, es una genuina e indolente adicción a la pasividad.
Eso explica por qué Rajoy no ha utilizado su enorme poder personal, facilitado por un partido políticamente muerto, para reformar de verdad las instituciones que lo necesitan (y suprimir las que sobran), abrir un debate de reforma constitucional o enfrentarse de verdad al secesionismo (aceptando también la hoja de ruta de la negociación con ETA). Ni, por supuesto, para iniciar un cambio de modelo productivo.
Al contrario, los escasos recursos públicos se han empleado para salvar los restos del naufragio: sanear las Cajas arruinadas con altísimas pérdidas para el erario, proteger legalmente los privilegios de la banca y de las empresas dominantes en el sector eléctrico y de telecomunicaciones, profundizar y extender la precariedad laboral (clave para la devaluación interna a la brava), o imponer una reforma educativa donde la educación es lo menos importante. Y así un largo etcétera: inversión en infraestructuras electoralistas caras o innecesarias, y abandono de la inversión en I+D+i.
Rajoy es coherente: del mismo modo en que no hay reformas que no interesen al oligopolio político-empresarial dominante, tampoco ha hecho nada para mejorar la democracia haciéndola más pluralista, representativa, participativa, transparente y limpia. Al contrario: el PP ha aprovechado su mayoría absoluta para imponer leyes que, si parecen regeneradoras, son básicamente cosméticas, como la de Transparencia y Buen Gobierno, o para mantener y reforzar la ley de hierro del reparto de las instituciones con el PSOE e IU, y con los nacionalistas por muy separatistas que se pongan, caso del Consejo General del Poder Judicial.
Naturalmente, todo esto ha empeorado el mal humor ciudadano e incrementado el rechazo del bipartidismo obsoleto. Pero también para eso tienen respuesta: se pueden empeorar las leyes electorales, como pretenden en Castilla-La Mancha, para blindar a los viejos partidos de la competencia electoral, de un modo similar a como se protege a los empresarios amigos de la competencia de nuevos agentes económicos: basta con elevar nuevas barreras de acceso que cierren el negocio político y económico.
Y este modo de gobernar tiene dos consecuencias morales e intelectuales de lo más lógico: el refugio en la mentira, y la ineptitud política. El Gobierno de Rajoy no sólo miente mucho, sino que lo hace para encubrir una asombrosa incompetencia, como esa tan reciente de hundir en la ruina al CSIC, buque insignia de la ciencia española, y “rescatarlo” después con un crédito extraordinario insuficiente, pero presentado como una excelente muestra del compromiso del Gobierno con la ciencia.
Mentira e incompetencia están muy vinculadas. Tienen su origen en la misma negación seminal de la realidad de los hechos y de la propia responsabilidad, y en la atribución a otros de los males que uno mismo ha causado, sea por acción o por omisión. Los incompetentes, ineptos y parásitos suelen ser mentirosos, y viceversa. Es su modo de pasar por la existencia descargando sobre los demás el trabajo de mantenerles y las consecuencias de sus vicios. En fin, Rajoy podía haber optado por poner en marcha su propia versión conservadora -si fuera posible- de una regeneración razonable de la democracia, pero ha optado por lo contrario: blindar por todos los medios un modelo fracasado. Y luego negar la evidencia mintiendo sin parar, sea para negar el rescate del país por la troika (en su variedad bancaria, que luego se celebra), sea el caso Bárcenas y la financiación ilegal, o la puesta en libertad de terroristas y criminales que han rechazado la reinserción.
En fin, el PP ha optado por profundizar el deterioro de la democracia y justificarlo con la prioridad de la economía, como si ser menos iguales y menos libres fuera a crear empleo y traer la prosperidad, como si -contradiciendo a la experiencia- a más democracia fuera peor la economía, y viceversa. Una huida autoritaria hacia adelante que recuerda malos tiempos. No traerá nada bueno.
Es una pena que estando las cosas mal tengamos un gobierno peor.
Quizás aprendamos que cambiando de PP a PSOE no es cambiar, porque los dos son lo mismo como diariamente demuestran.
Despertemos y votemos a UPyD.
Creo que la crisis económica que padecen todos los países de la Unión Europea, se ha visto profundamente agravada en nuestro país por la burbuja inmobiliaria creada en España por el gobierno de Aznar y su Ley del Suelo, que no fué desactivada, por la incompetencia del gobierno de Zapatero. El caso es que llegamos hasta aquí, y el PP atribuye el rigor de sus catastróficas medidas «a la Troika de Bruselas», cuando el sentido de los recortes a los servicios públicos está originado en su ideología neoliberal, llena de » detalles » medievales.
Estoy muy de acuerdo con la frase de Rosa Díez, de que «la crisis económica no se resolverá mientras no solucionemos la crisis política». Gracias por vuestra atención.
Qué paciencia, repitiendo y repitiendo lo mismo para conseguir un resultado muy limitado en el espacio y en el tiempo mientras el deterioro se extiende y se hace cada vez más irreversible.
Sería mejor dedicarle alguna atención a la sugerencia de Antoni Espasa (U.CIII), que no es el único, y buscar entre bambalinas como abrir esos caminos intransitables para muchos «niños vicentes» obtusos.
http://elpais.com/elpais/2013/11/14/opinion/1384434792_737537.html
Ah, pues entonces seguro que esos artículos tan inteligentes resuelven todo, ya podemos irnos de vacaciones, no? Ellos lo cambiarán todo! : )
Los artículos inteligentes, tanto los de ellos como los “nuestros”, no resuelven nada salvo en el papel. Pueden contener una pequeña llama que en la siniestra oscuridad reinante se sume a otras también tenues para alumbrar juntas un sendero que permita la acción con la que alcanzar un futuro más luminoso. En tu artículo en Vozpópuli del 3.10.13 recuerdas “que los pactos de Estado son, por naturaleza, bastante excepcionales en el verdadero sistema parlamentario”. La situación en la que estamos vegetando, sin salida decente a la vista ni esperanza realista para los jóvenes, requiere actuaciones excepcionales, inteligentes y generosas.
Del pacto de Antoni Espasa, que él y algunos más consideran necesario
(http://www.circulocivicodeopinion.es/descargas/Posiciones%20octubre.pdf),
destaco que sería 1º, para nombrar un grupo de expertos indiscutibles, de extracción multidisciplinar, independientes y con un porcentaje apreciable de extranjeros, que estudien las distintas propuestas alternativas sobre un temario acordado, y 2º, que las partes se comprometan a que todas las medidas que se aprueben dentro del pacto hayan sido previamente orientadas por el grupo de expertos.
Quizás “un gran pacto político-social” sea inalcanzable, pero aun “limitado” a un tema de contenido fundamental (no digo cual…) podría permitir llegar, con calma pero sin pausa, a finales de 2015 con unas perspectivas regeneradoras dentro de un nuevo marco pactado.
El intringulis es ¿quién le pone el cascabel al gato y a qué gatos? Un intento está en mi nota “La cuadratura de una utopía al cuadrado” que te hice llegar el 24.04.13, sin ningún interés personal lo que no quita lo persistente. Pesao que soy.